Con la muerte en los talones
“f22 and be there” por Federico G. Maroto
© Federico García Maroto
Tras muchos años fotografiando la naturaleza, he tenido ocasión de aproximarme a ella de diferentes maneras. Sin embargo, con el paso del tiempo, nos damos cuenta de cuál es el tipo de fotografía que más nos llena, o de qué es lo que en realidad pretendemos capturar y transmitir con nuestras imágenes. Como muchos, creo que siempre he buscado la belleza en el paisaje, aunque en mi caso de una forma objetiva. Es un tipo de fotografía aparentemente poco “creativa”, en parte porque no resulta evidente que la construcción de una imagen no es algo inmediato sino el resultado de un proceso, a veces de años, conociendo los lugares, buscando el momento, persiguiendo un sueño, una visión. Y es que en el tema de la creatividad, nunca he tenido demasiado claros, tampoco los denominados críticos de arte, los límites entre la simplicidad y la simpleza, o entre lo artístico y lo esperpéntico. Quizás por eso prefiero que sea la propia naturaleza la que hable, y el arte lo dejo para los artistas.
Seguramente, porque ya no lo recuerdo, esas debieron ser mis motivaciones cuando un día gris del año 2000 decidí trepar por las rocas de una empinada ladera del Cabo de Gata, para intentar acceder a una vista diferente de nuestro emblemático Arrecife de las Sirenas. Lo que sí recuerdo es que la visión me resultó sobrecogedora, en parte influido por las condiciones que rodeaban la experiencia, bajo una tormenta y con las últimas luces del atardecer. Hacía ya un buen rato que venía persiguiendo desde las calas vecinas un arcoíris que aparecía y desaparecía, y que no era capaz de situar dentro de un encuadre decente. Como mi posición tan solo me permitía ver una parte del arco, pensé en desplazarme todo lo posible, de manera que, al menos, su extremo quedase situado sobre la llamativa silueta triangular de la “Punta Baja” al fondo de la imagen. Para ello me encaramé al lugar desde el que realicé la fotografía, aunque en un principio no conseguí mi propósito ya que el arcoíris quedaba algo desplazado. No sabiendo ya hacia donde moverme, desde esa posición precaria, me quedé allí quieto, viendo cómo desaparecía el arcoíris y todo se convertía en gris, como mi ánimo. Sin embargo, cuando ya pensaba que el sol había desaparecido definitivamente entre las nubes, una pequeña raja en el cielo iluminó el arrecife como nunca lo había visto, apareciendo de inmediato ese arcoíris que ahora sí, con el movimiento del sol, parecía impactar sobre “Punta Baja”. El juego de luces entre las nubes y el extremo del arcoíris creaba, además, la ilusión de que el humo surgía del cono volcánico como si, viajando atrás en el tiempo, su erupción fuese inminente. Aunque el mar estaba en calma, las rachas de viento que soplaban desde tierra adentro, hacían inviable el uso de la funda de lluvia, y aún sin ésta la mayoría de las fotos que hice salieron movidas. Sujetando con una mano el paraguas, que a duras penas evitaba la lluvia, y manejando la cámara con la otra, me las arreglé para encuadrar y enfocar desde una posición bastante inestable. Limpiando cada vez las gotas, que continuamente cubrían el objetivo, logré realizar varios disparos rápidos antes de que el arcoíris desapareciera definitivamente. Solo dos imágenes se salvaron de la trepidación y las gotas. El regreso, ya de noche, tampoco estuvo exento de ”emoción”. Entretenido con las últimas luces, no fui consciente del entumecimiento en las piernas causado por el frío y la prolongada postura en la misma posición. A pesar de la dificultad de la bajada, cuando de nuevo pisé tierra firme, pensé que el esfuerzo realmente había valido la pena.
No obstante, cuando volví a ver esta imagen algunos años después, con la objetividad que proporciona el paso del tiempo, algunos defectos se me hicieron demasiado evidentes. El irónico título de la imagen, “f22 and be there”, encierra un error de principiante, ya que ese diafragma tan cerrado no favorecía la nitidez de la fotografía con el equipo digital utilizado. Tampoco me convencía demasiado el plano, demasiado cerrado desde esa posición, y que no acababa de transmitir una sensación de lugar acorde con la escala y grandiosidad del arrecife. Pero si había algo que resultaba claramente mejorable era la distribución de elementos en la composición, sobre todo por el solapamiento de la aguja de piedra en primer plano con el arrecife, que añadía confusión y bloqueaba el recorrido de la imagen. Ciertamente, aunque la fotografía me evocaba, y aún lo hace, la emoción del instante, durante bastante tiempo no pude evitar la sensación de pérdida de una buena ocasión, y siempre la he considerado como una imagen inacabada. Años después, en 2015, volví a ese mismo lugar, esta vez cuando aún era de noche, y el amanecer me regaló una nueva oportunidad, que en este caso no desaproveché. Sin embargo, nunca podré olvidar la experiencia de aquel momento vivido 15 años antes; y es que la fotografía en su versión más objetiva posee una autenticidad y capacidad de transmitir sensaciones que ningún otro estilo fotográfico podrá recrear jamás.